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El reciclador de oficio que no se dejó paralizar por sus limitaciones

En el barrio Patio Bonito y buena parte de sus alrededores muchos de sus habitantes reconocen al joven de pedalear convulso y reflejos involuntarios.

Anda en una vieja bicicleta adaptada como carro recolector de residuos aprovechables cuando el dueño de la bodega de reciclaje que aceptó comprarle su producción diaria le vio muchas ganas de vivir, de trabajar, de sobreponerse a sus propias limitaciones. Por eso le regaló la canasta que con ayuda del resto de trabajadores de la despensa de plástico, celulosa y metal, usados, ensamblaría después de forma recursiva a su bici.

Juan Carlos Pekopake, apellido oriundo del Tolima, nació en el calor de una familia humilde de Bogotá. Fue el último de tres hijos. Las dos mayores son mujeres.

Llegó a este mundo con serias dificultades para moverse, mantener la postura y el equilibrio. Parálisis cerebral. Una enfermedad sin cura que a los médicos de entonces les dio suficientes fundamentos técnicos para diagnosticar el tiempo que el pequeño respiraría con su padecimiento a cuestas: máximo 18 años.

Fue entonces cuando sus padres hicieron el mayor esfuerzo para facilitarle, incluso en ese contexto de pocos recursos y pocas expectativas, las terapias que lo ayudaran en su motricidad y evolución hacia la independencia. Las terapias duraron cinco años hasta que Juan Carlos tuvo ocho. Después, los precios de los tratamientos subieron a un punto en el que al papá de la casa se le hizo imposible continuarlas y Juan Carlos tuvo que seguir su camino de superación prácticamente solo. En el hogar se ayudaba con trozos de cosas que simulaban los instrumentos de fisioterapia a los que tuvo acceso por un tiempo para seguir con sus ejercicios.

Cuando el más joven de la familia tuvo suficiente consciencia de su condición pero también de su realidad, optó por el reciclaje. Ya tenía la edad límite de vida que los médicos le habían pronosticado. Todos esperaban el deterioro paulatino de Juan Carlos debido a este mal sin remedio, menos el propio Juan Carlos, que un día decidió salir a ganarse la vida recogiendo en las calles los residuos reciclables que botaban sin clasificar los vecinos de Patio Bonito.

Así fue como este reciclador aprendió un oficio productivo en varias dimensiones: que le ayudara a ganar algo de dinero para llevar a su casa, que le ayudara como terapia mental y física para mejorar sus movimientos, que le ayudara a romper todos los límites que hasta los 18 le había trazado la ciencia y la sociedad y que le ayudara al medio ambiente.

Hoy Pekopake tiene 38 años y un camino hecho de kilómetros y kilómetros recorridos en su “bicicarreta” entre varios barrios de Kennedy como Patio Bonito y Jazmín occidental, donde se ubica la bodega de reciclaje, en vías de formalización, que le compra sus residuos aprovechables.

Los que él mismo recoge de las bolsas que los habitantes de estos sectores dejan en los andenes, los que él mismo sin ayuda de nadie carga en su carreta y lleva con sus propias fuerzas sacadas de su amor por el reciclaje y por la vida hasta el lugar donde nunca le pusieron líos para trabajar en equipo. Donde conoció la amistad incondicional de un grupo de recicladores de oficio que lo trata igual que a todos los demás, donde le compran dignamente el material que logra acopiar de las calles y donde encontró al compañero que le entiende y traduce para todo lo que quiere contar de su extraordinaria historia de vida.

Álvaro Parra, reciclador de oficio de la Bodega Las Brisas y amigo de Juan Carlos Pekopake:

“Pues a veces cuando él necesita me dice que lo apoye y le sirvo como interlocutor. Yo no le he visto nada diferente en la forma de expresarse, él es normal. El cuerpo es el que tiene la incapacidad porque intelectualmente es normal (…) Todo se debe a las ganas de vivir será, de superarse, hacer las cosas que él quiere y cosas de mi Dios que lo tiene para algo especial en esta tierra todavía, enseñar a reciclar yo creo que sería como el mensaje que él quiere dejar”.

En esas palabras se puede resumir la vida corta y larga, productiva y limitada, dependiendo desde donde se le mire, de Juan Carlos Pekopake, un reciclador de los cerca de 20 mil que tiene Bogotá y para los que el mensaje de la separación de residuos desde la fuente es clave porque repercute en la efectividad con la que realizan su trabajo y obtienen doble beneficio: el sustento diario y un bien para la ciudad donde todos necesitan respirar aire puro y vivir con responsabilidad de los recursos naturales que todavía quedan.

“Este trabajo poca gente lo hace, no tiene la importancia que debería tener en la sociedad, el reciclaje es importante para el futuro de la gente, todos deberíamos reciclar para tener una mejor vida para el futuro”, concluye Pekopake en la voz de su amigo traductor Álvaro Parra.

En el barrio Patio Bonito y buena parte de sus alrededores muchos de sus habitantes reconocen al joven de pedalear convulso y reflejos involuntarios.

Anda en una vieja bicicleta adaptada como carro recolector de residuos aprovechables cuando el dueño de la bodega de reciclaje que aceptó comprarle su producción diaria le vio muchas ganas de vivir, de trabajar, de sobreponerse a sus propias limitaciones. Por eso le regaló la canasta que con ayuda del resto de trabajadores de la despensa de plástico, celulosa y metal, usados, ensamblaría después de forma recursiva a su bici.

Juan Carlos Pekopake, apellido oriundo del Tolima, nació en el calor de una familia humilde de Bogotá. Fue el último de tres hijos. Las dos mayores son mujeres.

Llegó a este mundo con serias dificultades para moverse, mantener la postura y el equilibrio. Parálisis cerebral. Una enfermedad sin cura que a los médicos de entonces les dio suficientes fundamentos técnicos para diagnosticar el tiempo que el pequeño respiraría con su padecimiento a cuestas: máximo 18 años.

Fue entonces cuando sus padres hicieron el mayor esfuerzo para facilitarle, incluso en ese contexto de pocos recursos y pocas expectativas, las terapias que lo ayudaran en su motricidad y evolución hacia la independencia. Las terapias duraron cinco años hasta que Juan Carlos tuvo ocho. Después, los precios de los tratamientos subieron a un punto en el que al papá de la casa se le hizo imposible continuarlas y Juan Carlos tuvo que seguir su camino de superación prácticamente solo. En el hogar se ayudaba con trozos de cosas que simulaban los instrumentos de fisioterapia a los que tuvo acceso por un tiempo para seguir con sus ejercicios.

Cuando el más joven de la familia tuvo suficiente consciencia de su condición pero también de su realidad, optó por el reciclaje. Ya tenía la edad límite de vida que los médicos le habían pronosticado. Todos esperaban el deterioro paulatino de Juan Carlos debido a este mal sin remedio, menos el propio Juan Carlos, que un día decidió salir a ganarse la vida recogiendo en las calles los residuos reciclables que botaban sin clasificar los vecinos de Patio Bonito.

Así fue como este reciclador aprendió un oficio productivo en varias dimensiones: que le ayudara a ganar algo de dinero para llevar a su casa, que le ayudara como terapia mental y física para mejorar sus movimientos, que le ayudara a romper todos los límites que hasta los 18 le había trazado la ciencia y la sociedad y que le ayudara al medio ambiente.

Hoy Pekopake tiene 38 años y un camino hecho de kilómetros y kilómetros recorridos en su “bicicarreta” entre varios barrios de Kennedy como Patio Bonito y Jazmín occidental, donde se ubica la bodega de reciclaje, en vías de formalización, que le compra sus residuos aprovechables.

Los que él mismo recoge de las bolsas que los habitantes de estos sectores dejan en los andenes, los que él mismo sin ayuda de nadie carga en su carreta y lleva con sus propias fuerzas sacadas de su amor por el reciclaje y por la vida hasta el lugar donde nunca le pusieron líos para trabajar en equipo. Donde conoció la amistad incondicional de un grupo de recicladores de oficio que lo trata igual que a todos los demás, donde le compran dignamente el material que logra acopiar de las calles y donde encontró al compañero que le entiende y traduce para todo lo que quiere contar de su extraordinaria historia de vida.

Álvaro Parra, reciclador de oficio de la Bodega Las Brisas y amigo de Juan Carlos Pekopake:

“Pues a veces cuando él necesita me dice que lo apoye y le sirvo como interlocutor. Yo no le he visto nada diferente en la forma de expresarse, él es normal. El cuerpo es el que tiene la incapacidad porque intelectualmente es normal (…) Todo se debe a las ganas de vivir será, de superarse, hacer las cosas que él quiere y cosas de mi Dios que lo tiene para algo especial en esta tierra todavía, enseñar a reciclar yo creo que sería como el mensaje que él quiere dejar”.

En esas palabras se puede resumir la vida corta y larga, productiva y limitada, dependiendo desde donde se le mire, de Juan Carlos Pekopake, un reciclador de los cerca de 20 mil que tiene Bogotá y para los que el mensaje de la separación de residuos desde la fuente es clave porque repercute en la efectividad con la que realizan su trabajo y obtienen doble beneficio: el sustento diario y un bien para la ciudad donde todos necesitan respirar aire puro y vivir con responsabilidad de los recursos naturales que todavía quedan.

“Este trabajo poca gente lo hace, no tiene la importancia que debería tener en la sociedad, el reciclaje es importante para el futuro de la gente, todos deberíamos reciclar para tener una mejor vida para el futuro”, concluye Pekopake en la voz de su amigo traductor Álvaro Parra.

En el barrio Patio Bonito y buena parte de sus alrededores muchos de sus habitantes reconocen al joven de pedalear convulso y reflejos involuntarios.

Anda en una vieja bicicleta adaptada como carro recolector de residuos aprovechables cuando el dueño de la bodega de reciclaje que aceptó comprarle su producción diaria le vio muchas ganas de vivir, de trabajar, de sobreponerse a sus propias limitaciones. Por eso le regaló la canasta que con ayuda del resto de trabajadores de la despensa de plástico, celulosa y metal, usados, ensamblaría después de forma recursiva a su bici.

Juan Carlos Pekopake, apellido oriundo del Tolima, nació en el calor de una familia humilde de Bogotá. Fue el último de tres hijos. Las dos mayores son mujeres.

Llegó a este mundo con serias dificultades para moverse, mantener la postura y el equilibrio. Parálisis cerebral. Una enfermedad sin cura que a los médicos de entonces les dio suficientes fundamentos técnicos para diagnosticar el tiempo que el pequeño respiraría con su padecimiento a cuestas: máximo 18 años.

Fue entonces cuando sus padres hicieron el mayor esfuerzo para facilitarle, incluso en ese contexto de pocos recursos y pocas expectativas, las terapias que lo ayudaran en su motricidad y evolución hacia la independencia. Las terapias duraron cinco años hasta que Juan Carlos tuvo ocho. Después, los precios de los tratamientos subieron a un punto en el que al papá de la casa se le hizo imposible continuarlas y Juan Carlos tuvo que seguir su camino de superación prácticamente solo. En el hogar se ayudaba con trozos de cosas que simulaban los instrumentos de fisioterapia a los que tuvo acceso por un tiempo para seguir con sus ejercicios.

Cuando el más joven de la familia tuvo suficiente consciencia de su condición pero también de su realidad, optó por el reciclaje. Ya tenía la edad límite de vida que los médicos le habían pronosticado. Todos esperaban el deterioro paulatino de Juan Carlos debido a este mal sin remedio, menos el propio Juan Carlos, que un día decidió salir a ganarse la vida recogiendo en las calles los residuos reciclables que botaban sin clasificar los vecinos de Patio Bonito.

Así fue como este reciclador aprendió un oficio productivo en varias dimensiones: que le ayudara a ganar algo de dinero para llevar a su casa, que le ayudara como terapia mental y física para mejorar sus movimientos, que le ayudara a romper todos los límites que hasta los 18 le había trazado la ciencia y la sociedad y que le ayudara al medio ambiente.

Hoy Pekopake tiene 38 años y un camino hecho de kilómetros y kilómetros recorridos en su “bicicarreta” entre varios barrios de Kennedy como Patio Bonito y Jazmín occidental, donde se ubica la bodega de reciclaje, en vías de formalización, que le compra sus residuos aprovechables.

Los que él mismo recoge de las bolsas que los habitantes de estos sectores dejan en los andenes, los que él mismo sin ayuda de nadie carga en su carreta y lleva con sus propias fuerzas sacadas de su amor por el reciclaje y por la vida hasta el lugar donde nunca le pusieron líos para trabajar en equipo. Donde conoció la amistad incondicional de un grupo de recicladores de oficio que lo trata igual que a todos los demás, donde le compran dignamente el material que logra acopiar de las calles y donde encontró al compañero que le entiende y traduce para todo lo que quiere contar de su extraordinaria historia de vida.

Álvaro Parra, reciclador de oficio de la Bodega Las Brisas y amigo de Juan Carlos Pekopake:

“Pues a veces cuando él necesita me dice que lo apoye y le sirvo como interlocutor. Yo no le he visto nada diferente en la forma de expresarse, él es normal. El cuerpo es el que tiene la incapacidad porque intelectualmente es normal (…) Todo se debe a las ganas de vivir será, de superarse, hacer las cosas que él quiere y cosas de mi Dios que lo tiene para algo especial en esta tierra todavía, enseñar a reciclar yo creo que sería como el mensaje que él quiere dejar”.

En esas palabras se puede resumir la vida corta y larga, productiva y limitada, dependiendo desde donde se le mire, de Juan Carlos Pekopake, un reciclador de los cerca de 20 mil que tiene Bogotá y para los que el mensaje de la separación de residuos desde la fuente es clave porque repercute en la efectividad con la que realizan su trabajo y obtienen doble beneficio: el sustento diario y un bien para la ciudad donde todos necesitan respirar aire puro y vivir con responsabilidad de los recursos naturales que todavía quedan.

“Este trabajo poca gente lo hace, no tiene la importancia que debería tener en la sociedad, el reciclaje es importante para el futuro de la gente, todos deberíamos reciclar para tener una mejor vida para el futuro”, concluye Pekopake en la voz de su amigo traductor Álvaro Parra.

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